La retórica de la alegría: por qué se escucha al Papa Francisco

by | Dec 2, 2013 | Uncategorized

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El comienzo de la alegría

Originalmente en Inglés, traducido por Manuel Carrasco García-Moreno

En algún momento del segundo año de mi (razonablemente exitosa) carrera en el grupo universitario de debate, un compañero me ofreció el tipo de comentario directo de los que todavía atesoro de aquel grupo de amigos en particular. Cuando tuvimos aquella charla trascendental, yo me sentía todo un campeón por haber arrasado a mi oponente en una ronda de debate. No solo es que mis argumentos habían sido inmensamente superiores tanto en contenido como en presentación, sino que también había sazonado mis argumentaciones con justo el sarcasmo necesario para exponer minuciosamente las flaquezas de mis oponentes. No sólo había ganado: había apaleado a mi oponente. Mi amigo, sin embargo, tenía un punto de vista diferente. “Spotts”, me dijo sin preámbulos, “claramente has ganado, pero para cuando habías terminado, desearía que hubieras perdido. Fuiste bastante perverso”.

Después de recuperarme de esa crítica/golpe bajo más que merecida, empecé a prestar atención a los tonos estilísticos de mis compañeros de debate más exitosos. Algunos mostraban el estilo que yo había empezado a adoptar de manera inconsciente: una arrogancia de toque a degüello, sin cuartel. Estos se pavoneaban como diciendo “Yo tengo razón y tú no. Se acabó la discusión”. Y, para decir verdad, algunas veces este era el estilo vencedor. Pero la inmensa mayoría de los mejores, aunque también tenían sus momentos de arrogancia y burla mordaz (es un gaje del oficio), también solían tener algo más: un encanto, una afabilidad, una cautivadora sinceridad. No se limitaban a presentar los argumentos más poderosos; presentaban argumentos poderosos a través de un personaje que me hacía a mí y a otros querer creerles.

No pasó mucho tiempo hasta que empecé a intentar dejar atrás lo peor de mi ácida arrogancia, tanto encima como fuera del escenario. Y, al parecer, en el debate (como en la vida), tener razón no es lo único que importa.

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Como ya han indicado muchos observadores, y a pesar de los persistentes indicios de Grandes Cambios que le esperan a la Iglesia tanto en medios de comunicación católicos como seculares, al menos en los primeros nueve meses de su pontificado las enseñanzas del papa Francisco se han diferenciado de las de sus predecesores más en la forma que en el fondo. Miren como ejemplo la bien publicitada decisión, tomada en las primeras semanas de su pontificado, de invitar a doscientos indigentes de Roma a comer en el Vaticano. “Esta es vuestra casa”, señaló un cardenal en nombre del Papa. Encantador. Por supuesto, tal y como indicaron una serie de medios incluyendo, ejem, este mismo, el papa Benedicto había hecho exactamente lo mismo sin mucha o ninguna repercusión.  La misma acción, dos respuestas totalmente diferentes.

Se han hecho repetidamente observaciones similares acerca de los discursos de Francisco en torno a la doctrina eclesial. Mientras que a Francisco se le alaba rutinariamente por ir dejando caer bombazos en sus diversas homilías y discursos, a día de hoy, Francisco ha hecho más por reformar el gobierno de la curia que por modificar realmente ninguna enseñanza, especialmente en lo que se refiere a los puntos clave como el aborto, los anticonceptivos, el clero casado en la Iglesia Latina y la ordenación de mujeres. Más bien es su tono en estos asuntos lo que les parece a tantos un cambio radical.

Se trata de un tono perfectamente descrito en el título que el papa Francisco le ha puesto a su nueva exhortación apostólica (básicamente, una carta del papa): Evangelii Gaudium, “la alegría del Evangelio”. En el párrafo introductorio del documento escribe: “quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría” (EG 1). Indicando que hay demasiados cristianos que viven “con cara de vinagre” (EG 85) o como si la vida fuera solo “Cuaresma sin Pascua” (EG 6), Francisco nos llama a todos a encarnar esa misma alegre libertad que él ha estado viviendo sin escatimar esfuerzos durante su corto papado.

De manera interesante, cuando Francisco busca testigos de la alegría de Cristo es él mismo el que ve la semejanza entre lo que desean Benedicto XVI y él. Escribe Francisco:

Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo. No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». (EG 7).

 

Pero una vida de alegría no significa ausencia de crítica, y Francisco —como todos sabemos ya— sí que presenta algunas críticas atronadoras a lo largo de Evangelii Gaudium. Miren, por ejemplo, los comentarios de Francisco sobre temas económicos: 1 “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo”, escribe. “Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante.” ¡Auch! En esta línea, subraya, “así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad».” Y ahora el broche de oro: “Esa economía mata.” Como dirían mis alumnos del colegio, “¡Ooooh, remátalos!” (o, si lo prefieren, en su versión Buzzfeed: 11 citas que demuestran que Francisco está explotando esto de ser Papa). 2 La crítica de Francisco, sincera y contundente, no pasó desapercibida a nadie: tanto liberales como conservadores tomaron nota de las incisivas críticas al capitalismo desbocado que podían leerse en el documento.

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Un alegre recibimiento

Pero, ¿este tipo de crítica es, en realidad, algo nuevo? Un amigo y colega mío no católico se percató de esto cuando me preguntaba: “Espera, los papas han estado criticando los excesos del capitalismo desde el siglo XIX, ¿verdad?” Verdad de la buena. Y lo que es más sorprendente para algunos, las estridentes críticas al capitalismo de Francisco difícilmente pueden considerarse revolucionarias en comparación con su más inmediato predecesor. Las contundentes citas que voy a soltarles a continuación vienen de la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI.

En el parágrafo 36, Benedicto advierte: “El mercado no es ni debe convertirse en el ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil.” En CV 40, Benedicto subrayaba: “Las actuales dinámicas económicas internacionales, caracterizadas por graves distorsiones y disfunciones, requieren también cambios profundos en el modo de entender la empresa.” Profundizando más en el mismo tema, Benedicto critica “un empleo demasiado rígido del derecho a la propiedad intelectual, especialmente en el campo sanitario” (CV 22), “la explotación sin reglas de los recursos de la tierra” (CV 21), y lo que es quizás lo más dramático de todo esto, una llamada a una autoridad mundial efectiva “para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes” (CV 67).

Lo que quiero decir es muy sencillo: a la luz de los estándares políticos y económicos de los Estados Unidos, la postura social y las críticas de Benedicto son tan radicales como las de Francisco. Y sin embargo es Francisco el que sale retratado como el profeta radical de la economía (véase por ejemplo, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí). ¿Qué pasa?

Solo diré esto: justo como a mi cuando tenía 19 años, lo que pasa es la importancia de la retórica.

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Cuando fue elegido pontífice, el papa Benedicto siguió siendo el que era antes de la elección: un académico. Le encantaba la vida intelectual y era muy, muy bueno en eso. Así que, como hacemos todos, trajo sus dones a las enseñanzas que presentaba. Esta es la razón por la que sus alocuciones públicas y sus escritos oficiales parecen obras teológicas escritas para otros teólogos. 3

Cuando leo las encíclicas de Benedicto encuentro que son obras hermosas, profundas y de gran importancia: un regalo para la Iglesia. Pero desde el punto de vista de un retórico, en el estilo académico que prefería Benedicto promueve la claridad y la profundidad frente a la accesibilidad: son una invitación, pero una invitación a estudiar, a reflexionar, a sumergirse más profundamente en las riquezas de la tradición. De este modo, habla más fácilmente a los que ya están familiarizados con la tradición e involucrados en esa reflexión que al oyente medio o al foráneo. Los académicos, como no se cansaban de recordarme mis profesores en la Universidad, viven en el constante riesgo de ser incapaces de responder a la eterna pregunta: “¿Y qué?”

En un lenguaje totalmente diferente, esta fue la pregunta que me hizo mi amigo después de mi cáustico triunfo en aquél debate. Traducido, el comentario/golpe bajo de mi amigo acerca de mi estilo discursivo venía a decir: “Claro que tienes razón, pero si nadie puede oír tu lógica por el modo en el que has decidido expresarla, entonces ¿a quién le importa si tienes razón o no? En otras palabras, ¿y qué?”

Dicho en un lenguaje tan viejo como Aristóteles (más viejo todavía, en realidad), el logos de un argumento, la lógica de un argumento, es sólo uno de los elementos que lo hacen persuasivo. Tal y como sabían hace mucho tiempo los retóricos griegos (e incluso antes, cualquiera que haya intentado persuadir a alguien de algo) la mera fuerza de la argumentación, las puras razones rara vez bastan para persuadir. No es raro que el atractivo emocional (el pathos) sea quien se lleve la medalla. Y, como tuve que aprender yo, la virtud de la persuasión no reside solo en la lógica del mensaje, sino también en el mensajero. Más a menudo de lo que parece, para que un mensaje sea escuchado, es el mensajero el que debe ser creíble. 4

Así que Benedicto y tantos otros papas antes que él han criticado los sistemas económicos, incluido el capitalismo, que subyugan a las personas a dicho sistema, pero exponer las ideas es sólo un paso en el proceso de persuasión. Hacer que se escuche es otro paso totalmente distinto.

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Prestar atención a las semejanzas entre las enseñanzas de Francisco y de Benedicto, y las diferencias entre sus estilos retóricos evita que sigamos cayendo en poner las típicas etiquetas de “liberal” o “conservador”, “tradicional” o “progresista”. Hace que prestemos atención a cómo Francisco y Benedicto están, literalmente, colaborando uno con otro para hablar no sólo acerca de la doctrina económica de la Iglesia, sino de cómo el servicio del papado puede llegar a personas distintas con distintos estilos retóricos de modo que ayude a todos ellos a confiar en la persona que realmente está llevando a cabo la tarea de evangelizar: Jesús.

Antes incluso de que cayera en mis manos la Evangelii Gaudium, ya tenía a un unitario universalista y a un agnóstico haciéndome preguntas sobre las citas que iban leyendo de ella. Un viejo conocido (que se identificó como unitario la última vez que hablamos de religión) publicó en su Facebook un enlace al documento pidiendo a sus amigos, simplemente, que lo leyeran completo. La cobertura mediática que ha recibido el documento sigue en la línea de los primeros nueve meses de pontificado de Francisco: cuando habla Francisco, la gente presta atención. La cuestión, sin embargo, no es que Benedicto y Francisco estén en desacuerdo. No lo están. La cuestión tampoco es que la lógica del mensaje, su logos, sea irrelevante a la hora de predicar el Evangelio. No lo es. La cuestión es que Francisco se ha convertido en un predicador creíble del Evangelio por pura fuerza de su autenticidad de vida en Cristo. La moraleja es que quienes somos puede ser tan importante como lo que decimos.

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La imagen de portada es de Joy Mosaic en la cuenta de Flickr de Margaret Almon y puede encontrarse aquí.

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  1. Para los que les interesa la economía, este artículo (en inglés) de The Atlantic presenta una perspectiva interesante sobre la visión de Francisco de la economía, mientras que Vanity Fair tiene este divertido test (en inglés) sobre la economía según Francisco.
  2. No, yo tampoco sé porqué no se ha escrito esto todavía.
  3. Conste, y quiero ser muy claro en esto, que no estoy diciendo que el papa Benedicto, como mi yo de 19 años, fuera un grosero. En serio, para nada. La cuestión es cómo aprendí que el estilo da forma al contenido, es decir, retórica, nada más.
  4. Para todos los que son unos nerds del debate, esto es lo que se llama la dimensión del ethos en retórica.
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Matt Spotts, SJ

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