A quien corresponda: cartas de recomendación

by | Mar 6, 2014 | Uncategorized

Rec Writing

Escritura sagrada

Originalmente en Inglés, traducido por Manuel Carrasco García-Moreno

Capaz, calificado, competente, apta, con talento, versado, dotada, experimentado, hábil: nunca uso la aplicación de diccionario de sinónimos del celular tanto como en esta época del año. Es la temporada en la que los estudiantes salen a la búsqueda (o captura) de sus profesores, tutores y, sí, incluso capellanes para pedirles cartas de recomendación. Llaman tímidamente a la puerta de mi despacho y comienzan una conversación llena de rodeos o envían correos algo larguitos con introducciones exageradamente extensas llenas de cumplidos para terminar llegando a la pregunta: ¿Le importaría, tal vez, considerar escribirme una carta de recomendación?

A medida que el segundo semestre se va desplegando a todo vapor, los estudiantes de último grado se apresuran en solicitar plaza en postgrados competitivos y en exigentes programas de prácticas, tanto en el país como en el extranjero. Los de tercero andan trabajando duro para pillar esa prestigiosa beca en Washington o para lograr colaboraciones de verano en los laboratorios y los departamentos de sus profesores preferidos. Los de primero y segundo se ponen también a solicitar plaza en diversas tareas: asistente de enseñanza, orientador, agente intercultural, prácticas de aprendizaje-servicio y decenas de otros puestos que yo sé que nunca tuve en cuenta cuando era estudiante. Todavía estoy intentando aprender qué implican algunos de esos puestos, pero desde luego que suenan impresionantes. Estos estudiantes de hoy en día se lo toman en serio. Y yo, en serio también, estoy muy contento de escribir estas cartas.

Antes de abrir un nuevo documento de Word y ponerme a escribir las cartas, realizo un repaso orante por mi memoria, parándome a recordar mis interacciones con cada persona en particular. Recuerdo ese momento en el que aquella chica puso en voz alta su deseo profundo de dedicarse al voluntariado en los próximos años y puedo sentir en mi interior un cierto orgullo y gratitud por haber presenciado ese momento de reconocimiento. Recuerdo el espontáneo momento de risa confusa cuando aquel chico se dio cuenta de que saber lo que no quería para su vida era precisamente tan importante como saber lo que sí quería, y sonrío, disfrutando con el recuerdo de ese momento de descubrimiento personal profundo. Traigo a mi memoria las preguntas de sondeo que me hacía en clase otra alumna y las subsiguientes conversaciones que surgieron de estas primeras consultas y se me saltan las lágrimas, movido por la percepción de mi efecto en ella y de su efecto en mí.

Con esto, voy tomando conciencia de que escribir estas cartas de recomendación tiene algo de sagrado: tengo la suerte de llevar mi experiencia de cada persona, de recordarlas, de recrear el tiempo compartido y de saborear los dones revelados en su proceso de crecimiento personal. Cuando me siento en mi escritorio, tanto el río de recuerdos como mi reacción frente a ellos me ayudan a confeccionar la narrativa, a la vez familiar y característica, de cada carta: ese tejido entrelazado que explica lo que aprecio de él y lo que veo posible en ella y a través de ella. Y me pongo a escribir en su nombre lo que he conseguido contemplar: no solo lo que sé que han hecho o podrían hacer, sino más bien quienes sé que son.

Escribir estas cartas es un privilegio del que nunca me canso. ¿Cómo podría cansarme de conocer bien, de apreciar en profundidad y de mirar de cerca el brillante futuro de estas jóvenes vidas? ¿Cómo podría cansarme de la esperanza?

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La imagen de portada, el usuario de Flickr Lucas, puede encontrarse aquí.

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Keith Maczkiewicz, SJ

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