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El contexto de la tragedia
Hablar del contexto peruano es complejo. Más aún tras los últimos hechos acontecidos. Trataré de hacer un resumen en las siguientes líneas. El 7 de diciembre de 2022, luego un periodo de ineficiente gobierno, el presidente Pedro Castillo ordenó inconstitucionalmente cerrar el parlamento, suspender el ejercicio del poder judicial y las instituciones autónomas del Estado peruano. En suma, un autogolpe de Estado.
El gobierno de Castillo, al igual que los últimos gobernantes peruanos, ha sido muy cuestionado por presuntos actos de corrupción. Y, tras un intento de solicitar asilo en una embajada, fue detenido. Luego de su captura, el Congreso de la República aprobó la vacancia del presidente y el gobierno -como contempla la constitución- fue asumido por la vicepresidenta electa. A raíz de ello surgió en el Perú una ola de protestas con múltiples demandas: el cierre del congreso, la destitución de la presidente Dina Baluarte, el establecimiento de una asamblea constituyente, la convocatoria de nuevas elecciones generales, la reposición de Castillo en el cargo, etc. Estas exigencias supusieron manifestaciones en las plazas de las ciudades del sur del Perú, el cierre de carreteras, tomas de aeropuertos, etc.
La respuesta del Estado fue la promulgación del Estado de Emergencia en algunas ciudades del Perú, lo cual supone la suspensión de garantías de derechos ciudadanos como el libre tránsito, la inviolabilidad de domicilio y el derecho a reunión. Asimismo, el este estado de excepción supone que el orden público es asumido también por las Fuerzas Armadas. Como resultado de las manifestaciones ciudadanas y la respuesta desproporcional del Estado al día de hoy se registran más 50 ciudadanos fallecidos y múltiples heridos por impactos de arma de fuego.
Repetir las violencias
Hace algunas semanas, el director de Salud Mental, Dr. Yuri Cutipé, en un discurso agradeciendo por una condecoración recibida y en medio del conflicto social y político mencionó que “nos estamos matando entre peruanos”. Sus palabras me recordaron a uno de los testimonios recogidos por la antropóloga Kimberly Theidon en “Entre prójimos: el conflicto armado interno y la política de reconciliación en el Perú”:
Sabíamos que los Cayetanos habían estado dando comida a los terrucos. En su casa allá en la puna, les dejaron pasar la noche. Sabíamos lo que harían los soldados si se enteraban. Sabíamos que teníamos que parar eso. Entonces recogimos a la familia una noche, todos salvo el niño menor, y los llevamos abajo al río. Les ahorcamos esa noche y echamos los cuerpos al río. Eso es como aprendimos a matar a nuestros prójimos.
El testimonio da cuenta de cómo al interior de las comunidades afectadas por el conflicto armado interno vivido en el Perú entre 1980 y 2000 se establecieron dinámicas de violencia que fracturaron las relaciones en el país a todo nivel, pues quienes ejercieron la violencia no solo fueron las agrupaciones terroristas o las fuerzas armadas, sino también la población civil inmersa en un contexto de violencia. 1 Nos matamos entre hermanos hace algunas décadas como narra el testimonio y hace algunos días como menciona Cutipé en su discurso. ¿Por qué ejercemos la violencia entre conciudadanos? Y, ¿por qué volteamos la mirada cuando hermanos nuestros son violentados y asesinados? ¿Por qué repetimos constantemente la violencia?
Antígona y la transgresión de la violencia
Esto me remite, otra vez, a raíz de las muertes ocurridas en distintas regiones del Perú en el último mes -y en especial en las regiones de Ayacucho y Puno- a la tragedia de Antígona. Precisamente porque las dinámicas puestas en cuestión por Sófocles también están hoy sobre la mesa. 2
Polínices, uno de los hermanos de Antígona ha traicionado a su patria y se enfrenta a Etéocles para tomar el poder; y ambos hermanos mueren en batalla simultáneamente, uno en manos del otro. Pero el traidor, es condenado por el rey a no ser enterrado. Aún muerto es estigmatizado, marcado, condenado al repudio. En medio de estas violencias, la respuesta de Antígona trasgrede la ley y entierra a su hermano a pesar de la prohibición y el estigma. Antígona no se ensaña contra el hermano, aunque sea un traidor. Ella, en cambio, asume una nueva justicia que valora a sus dos hermanos de igual forma. Es importante resaltar la respuesta de Antígona pues es una forma de transgredir la violencia.. En la versión de José Watanabe, Antígona grita:
¿Cómo entrar danzando y cantando en los templos si en la colina más dura hay un cuerpo sin enterramiento?
¿Cómo brindar, borrando de mis ojos lo que no ven pero que ciertamente es?
Es un cadáver cercado por guardias, vigilado día y noche para que ni siquiera el viento le cubra con tierra.
Pero si eres perro o ave carnicera, puedes llegarte y destazarlo y morder la preciosa carne del hermano mío. Hermano mío, pero ya no pariente mío, sino muerto de todos, dime qué debo hacer.
La fuerza creativa logra condensar en la tragedia – en el dolor vivido por Antígona – el dolor de tantos y tantas; y se convierte en símbolo de los familiares de las víctimas de la violencia. El encuentro con el cadáver del hermano muerto nos reclama, exige a la sociedad peruana a regresar la mirada, nos conmina a no evadir ni a negar o instrumentalizar las muertes de conciudadanos. Y otra vez, otra vez en el Perú lleno de injusticia se nos exige volver la mirada a quien es diferente, a quién ha muerto fuera de Lima, al de Abancay, al de Ayacucho, al de Chala, al de Puno. Y a la vez, al igual que Antígona, a mirar de manera distinta y a recrear vínculos. A transgredir a la violencia.
El que tenga oídos que oiga
Tú puedes jurar, rey, que tu trono está sobre amplias bases de mármol.
Yo lo veo al borde de un abismo.
Vale también decir que Sófocles pone sobre la mesa una crítica a todo discurso autoritario o que justifique la violencia. La cita anterior es la sabia voz del anciano Tiresias dirigida al rey de turno, pero hoy nos invita a repensar el lugar desde dónde se puede construir un país justo y dónde no nos matemos entre hermanos: nunca desde el poder, nunca desde la fuerza, nunca desde la violencia.
El que tenga oídos que oiga. (Mt. 5:13) Termino esta reflexión con un extracto del Evangelio, con una frase potente. Esta es anunciada por Jesús luego de narrar algunas parábolas. Es una frase que invita a la reflexión, a mirar el fondo del mensaje evangélico, a escuchar de manera crítica la realidad. Lamentablemente, la violencia vivida en el Perú o la tragedia de Sófocles, siguen siendo parábolas que enseñan y exigen otros modos de vivir, otros modos de entender la convivencia. El que no pueda escuchar que tantas muertes son un grito, una exigencia evidente de una forma distinta de coexistir, seguirá permitiendo que nos matemos entre hermanos.
La forma distinta de coexistir a la que hago referencia es la anunciada también por Jesús en el Evangelio, cuyo mensaje central es la promoción de una cultura del encuentro, una cultura que une, que dialoga. Esta forma distinta de coexistir es la del Reino de Dios, no es la que abre más heridas y amplía las brechas, sino la que sana y tiende puentes.
Imagen de Alex Phillc en Pixabay.
- Según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación establecida por el Estado Peruano, este periodo de violencia ha sido el mas prolongado y nocivo producido en la historia republicana del Perú. Se registran a la actualidad 60000 víctimas letales y más de 21000 desaparecidos, la mayoría de las víctimas provenían de zonas campesinas no hablantes de castellano y empobrecidas. Este periodo de violencia fue iniciado por la organización terrorista Sendero Luminoso. Sin embargo, vale resaltar de que la CVR establece que las violaciones a los Derechos Humanos también fueron perpetradas, en algunos lugares y periodos, por agentes del Estado. ↩
- La región Ayacucho una de las principales regiones afectadas por el conflicto armado interno vivido en el Perú (1980-2000). ↩