Compré mi primer paquete de cigarrillos en una tienda de donas 24-horas. Era menor de edad, pero tan tarde por la noche, que la única persona en la tienda era el tipo que estaba preparando la masa para el día siguiente, básicamente cualquiera que llegara al mostrador podía comprar un paquete de cigarrillos. Me compré un paquete de Marlboro Light. Estaba asqueroso. Sigue estándolo. Pero igual me lo fumé.
Al principio fumaba a solas y en secreto. Cuando obtuve mi licencia de conducir fumaba mientras hacía viajes por la noche, con las ventanas bajadas, de manera que no apestara como un cenicero cuando llegara a casa. Solo fui fumador “fuera del armario” durante algunos años en la Universidad. La mayor parte de mi carrera como fumador la he pasado en un apartado rincón, con mi pecado secreto. Una tentación temporal. Eso era lo que decía, al menos.
Mi último paquete de cigarrillos lo he comprado hace mas o menos un mes: casi veinte años después de haber comprado el primero. No está mal para ser temporal, ¿no?
Queridos padres, si quieren que sus hijos no se metan en problemas, desaléntenlos de tener amigos. Muchas malas decisiones empiezan con los amigos. Mi primer cigarrillo me lo dio un amigo. También me llevaba del colegio a casa en su coche. ¿Quién era yo para rechazar el ofrecimiento? Pero igual que algunas malas decisiones empiezan con amigos, he descubierto que casi todas las buenas empiezan con la honestidad.
¿Quiero fumar? Sí y no. Es lo que pasa con las adicciones. Quiero tanto como no quiero. Al menos sé esto: siempre he fumado mucho menos en los momentos en los que optaba por ser honesto, cuando no me escondía.
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Cuando estamos intentando hacer cambios positivos en nuestras vidas y nos encontramos con que las viejas costumbres nos dan la lata, san Ignacio nos da un consejo bastante práctico: cuéntale tus aprietos a alguien en quien confíes. La luz disipa las tinieblas. Honestidad. Transparencia. Luz.
Puede que estemos a un paso o dos (¡o veinte!) de la perfección, pero Ignacio nos anima a no esperar a ser perfectos antes de empezar. ¿Así que no quieres dejar de fumar? ¿Qué tal si pides tener el deseo de dejarlo? O incluso puedes rezar pidiendo el deseo de tener el deseo. Dios acepta las oraciones imperfectas tanto como acepta a las personas que las realizan. Lo bueno es mejor que lo perfecto y aceptar la imperfección es el primer paso hacia el bien. No soy perfecto. No quiero querer esto. Necesito ayuda.
No he fumado de manera habitual durante algo más de diez años. Pero, de vez en cuando, gorreo un cigarrillo a algún amigo en torno a un fuego de campamento o saliendo de un bar. Más preocupante es el hábito que tengo de comprar un paquete para ayudarme a superar un periodo estresante: una pena transitoria, una semana particularmente dura, un nuevo comienzo o un final no deseado. Todo el mundo tiene sus rituales: pasar la shiv’ah 1 hacer una vigilia, o una novena. Los garífunas de Belice talan un árbol cuando alguien muere y lo queman de una punta a la otra para delimitar el periodo de luto. ¿Yo? Yo me compro un paquete de cigarrillos. A veces, dos. No es tan dramático como quemar un árbol entero, pero el principio básico es el mismo: el dolor, expresado en un periodo de tiempo.
La Gracia no espera a la perfección. En aquellos primeros años, para bien o para mal, fumar era un primer paso en dirección a la ritualidad y la autoconciencia propia de la respiración controlada. Era una reacción al aburrimiento, al dolor, a la soledad. Era un primer movimiento hacia una respuesta consciente (si bien no totalmente libre) a mi interioridad. Era un tipo de ascetismo, una penitencia, una manera de quemar algo, de sentir algo. Antes de convertirse en un vicio, era una elección. Una mala elección, seguro, pero una elección de todos modos. La clave es que la Gracia se pone a trabajar bien antes de que lleguemos a la perfección. Incluso en los rincones llenos de humo de los bares la Gracia puede encontrar un punto de apoyo.
Fumar se convirtió en un camino hacia la devoción. Me pedía, a veces me exigía, encontrar un lugar apartado, algunos momentos de soledad. Me requería pararme a respirar. Me daba un sentido de introspección. Requería partes iguales de honestidad y autoengaño. Un fumador (si no se engaña a sí mismo) se pone de cara a la mortalidad. Un fumador puede empezar a ponderar sus vicios autodestructivos con una transparencia mayor que el resto. Puede que sepa cuándo o por qué fuma: encenderse uno significa admitir la necesidad, admitir el vicio. Puede que haya autoengaño (“Puedo dejarlo siempre que quiera”, “Yo elijo fumar libremente”), pero incluso aquí se da una oportunidad para la honestidad. Aceptamos que vivimos una contradicción.
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Quizás la cucharadita de sabiduría que podemos extraer de aquí es que nuestras imperfecciones no están dejadas de la mano de Dios. Como dijo una vez el jesuita Anthony DeMello: “Agradece tus pecados, porque ellos son portadores de la Gracia”.
Incluso ahora me apetece un cigarrillo de vez en cuando (es un vicio difícil de abandonar) pero sé que no quiero querer uno. Sé ahora que hay una enorme diferencia entre un antojo y un deseo. También sé que la espiritualidad, como cualquier amistad verdadera, comienza en la honestidad, no en la fantasía. Y la honestidad no deja nada fuera: las esquinas sombrías de los tugurios de mala muerte, las decisiones tomadas por la noche, las mañanas de después… Pero también el giro hacia el cuidar de uno mismo, el deseo de elegir la vida en lugar de instalarse en la mortalidad, las invitaciones a tratarme bien a mí mismo como un amigo desearía que hiciera. Y, por la Gracia de Dios, a dejar de fumar de verdad.
También estoy profundamente agradecido por haber llegado finalmente a descubrir cómo rezar sin matarme: encendiendo una luz, respirando profundamente, dejando que mis deseos más profundos se eleven por encima de mis simples antojos, acercándome al bien y descansando en Dios.
Mientras escribo estas líneas, tengo los pies calientitos ante las llamas del hogar de una casa silenciosa en un día lluvioso. Es bonito saber que las oraciones que hacemos no tienen por qué quedársenos pegadas a los pulmones. Hay veces en que basta con una llama ardiente en el corazón.
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La imagen de portada, del usuario de Flickr Sudipto Sarkar, puede encontrarse aquí.
- Los siete días de duelo observados en el judaísmo. N. del T. ↩